Ese raro callejón empedrado….Tenía color de nostalgia…olor a
tierra mojada, a lluvia, a hierbas. Tenía lágrimas invisibles y un silencio
como de alegrías escondidas…cosa rara y extraña, aún no entiendo cómo es que yo
podía percibir todo esto.
Ah…es que te llenaba de angustia la soledad y el frío agudo del ambiente, había cierto
reflejo en las piedras humedecidas… y en los colores brillantes de inquietas mariposas
que volaban despreocupadas, los rayos del sol podían verse filtrándose en la
niebla helada.
Todo un contraste mágico…llegaba el murmullo suave de algún riachuelo cercano,
quizá el fondo musical para
éste melancólico y místico paisaje, que impresionaba la vista para luego
adentrarse y conjugarse en el alma, como retablos ejecutados por las manos de
un exquisito artista.
Caminando mas al fondo, efectivamente estaba un riachuelo de
aguas agitadas y ruidosas, también había un improvisado puente de madera, por
el cual seguramente pasaban madrugadores caminantes, cada cual con un predestinado
rumbo.
El callejón de piedras moría al llegar al río, el puente era
la frontera donde nacía un incierto camino
de herradura, un sendero sinuoso y
escarpado, bordeado de vegetación olorosa, donde aves danzarinas revoloteaban entre ramajes de hojas verdes y amarillas.
Y arriba, aquellas montañas inmensas y azuladas, besando el
cielo, con su aura de neblina misteriosa,
donde el arco iris ostentaba sus colores…
Y en una pequeña y verde planicie entre las laderas, una
gran casa de madera cobijada por inmensos árboles, semejaba un libro de
historias encantadas, grandes tablones formando un robusto balcón, que más bien
parecía un típico corredor rodeando
puertas y ventanas.
Llamaba la atención el humo multiforme escapando hacia las
alturas desde el techo. Una jauría de
perros bravucones ladraban inquietos, gallinas cloqueaban temerosas, mientras
varios borricos de mirada triste, parecían simplemente que escuchaban con
serenidad y mansedumbre.
La pintoresca casa irradiaba calor entre la fría bruma y se percibía el fuego de una cálida fogata
en su interior.
El patio lucía
colorido, con naranjos cuyos frutos estaban al alcance de la mano, bananos
verdes y dorados, destacaban en un conglomerado vegetal un tanto aislado,
infinidad de hierbas aromáticas, maizales, y grandes sementeras de fréjoles, eran
parte del paisaje típico del lugar.
Yo tenía 13 años de edad, y al llegar entusiasmado grité con
el pensamiento:
He ahí, la casa de mi tía Angelina ¡!
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