sábado, 6 de junio de 2015

Color de Nostalgia







Ese raro callejón empedrado….Tenía color de nostalgia…olor a tierra mojada, a lluvia, a hierbas. Tenía lágrimas invisibles y un silencio como de alegrías escondidas…cosa rara y extraña, aún no entiendo cómo es que yo podía  percibir todo esto.

Ah…es que te llenaba de angustia la soledad y  el frío agudo del ambiente, había cierto reflejo en las piedras humedecidas… y en  los colores brillantes de inquietas mariposas que volaban despreocupadas, los rayos del sol podían verse filtrándose en la niebla helada.

Todo un contraste mágico…llegaba el  murmullo suave de algún riachuelo cercano, quizá  el fondo musical  para  éste melancólico y místico paisaje, que impresionaba la vista para luego adentrarse y conjugarse en el alma, como retablos ejecutados por las manos de un exquisito artista.

Caminando mas al fondo, efectivamente estaba un riachuelo de aguas agitadas y ruidosas, también había un improvisado puente de madera, por el cual seguramente pasaban madrugadores caminantes, cada cual con un predestinado rumbo.

El callejón de piedras moría al llegar al río, el puente era la frontera donde nacía  un incierto camino   de herradura, un sendero sinuoso y escarpado, bordeado de vegetación olorosa, donde aves danzarinas revoloteaban  entre ramajes de hojas verdes y amarillas.
Y arriba, aquellas montañas inmensas y azuladas, besando el cielo, con su aura de neblina  misteriosa, donde el arco iris ostentaba sus colores…

Y en una pequeña y verde planicie entre las laderas, una gran casa de madera cobijada por inmensos árboles, semejaba un libro de historias encantadas, grandes tablones formando un robusto balcón, que más bien parecía  un típico corredor rodeando puertas y ventanas.

Llamaba la atención el humo multiforme escapando hacia las alturas desde el techo.  Una jauría de perros bravucones ladraban inquietos, gallinas cloqueaban temerosas, mientras varios borricos de mirada triste, parecían simplemente que escuchaban con serenidad y mansedumbre.
La pintoresca casa irradiaba calor entre la fría bruma  y se percibía el fuego de una cálida fogata en su interior.

 El patio lucía colorido, con naranjos cuyos frutos estaban al alcance de la mano, bananos verdes y dorados, destacaban en un conglomerado vegetal un tanto aislado, infinidad de hierbas aromáticas, maizales, y grandes sementeras de fréjoles, eran parte del paisaje típico del lugar.

Yo tenía 13 años de edad, y al llegar entusiasmado grité con el pensamiento:

He ahí, la casa de mi tía Angelina ¡!


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