¡Mira! una
mujer nos sigue
De pronto, tomé en cuenta que caminaba
en las calles pintorescas de un
pueblo desconocido, no se a donde iba ni de dónde venía, había colores
traducidos en jardines y parques con ramas florecidas, veredas con radiantes perfumadas
flores y huellas de zapatos humedecidos. Ungía el ambiente
una tenue neblina azulada y brillante, emergiendo desde el suelo y
elevándose a las nubes.
La gente presurosa y despreocupada semejaba como manchas
coloridas en agitación, respirando transparentes moléculas de oxigeno purificado,
se movían en todas las direcciones.
Un amigo tras de mí, del cual no percibo su nombre en mi
memoria, me dijo:
¡Mira! una mujer nos
sigue y nos ha observado todo este
tiempo, mis ojos buscaron esa imagen y he ahí, en el otro extremo de la calle la figura de
aquella mujer enigmática, lucía hermosa y radiante, tenía la apariencia de un
ser celestial y su vestimenta destacaba con colores divinos, parecía más que una
princesa, parecía más que una reina, realmente parecía una virgen sagrada…
Se estremeció todo mi ser, esa mujer era mi madre, mi madre fallecida hace 20 años.
La luz del sol entró en ebullición con millones de colores,
trinaron aves milagrosas, danzaron flores a causa de una brisa sutil y
vivificante, sentí la magia misteriosa de un poder supremo…
No dije ni dijo una sola palabra, únicamente se acercó y puso tiernamente joyas de oro
entre mis manos.
Desperté con mi rostro humedecido por una tempestad interna,
una lluvia inexplicable que cobró vida dentro de mi corazón mientras dormía…
Y luego buscó
escaparse por mis ojos.
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