martes, 11 de abril de 2017

VIERNES SANTO



En el principio creo Dios los cielos y la tierra”
(Génesis 1)
Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; y la tierra tembló y las rocas se partieron. (Mateo 27-51)




 Aquel día hace casi dos mil años, el sol ya había dejado de brillar sobre Jerusalén, la noche caía  sobre el Monte de los Olivos, el huerto de Getsemaní seguramente quedaba sumergido en tenebrosas penumbras, la vegetación del jardín quizá se marchitaba por el indescriptible ambiente producido por aquel misterio divino que estaba por acontecer.

Aquella noche de profecía, se iniciaba el holocausto que redimiría a la humanidad del pecado original, nuestro Señor Jesús, se ofrecía  como  el  Cordero de Dios.

(He aquí el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Juan 1-29)

Treinta piezas de plata recibía Judas Iscariote, sus ojos traicioneros brillaban de vano regocijo, al sentir las monedas  entre sus manos, no sabía que esos brillantes metales al siguiente día pondrían un terrible  infierno en su alma.
 Judas, guiando presuroso a los soldados enviados por los sumos sacerdotes, se acerca a Jesús, y con un  beso falaz cumple su trato con ellos.
 De acuerdo a los santos evangelios, nuestro Señor sabía de estos acontecimientos que sobrevendrían sobre si, y   expresó a uno de sus  discípulos cuando se aprestó a defenderlo:

 Vuelve tu espada a su sitio,   ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?    

 Y dijo también a sus captores:

Como contra un salteador habéis salido con espadas y palos, estando yo todos los días en el templo con vosotros, no me pusisteis las manos encima; pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.

Todo esto ha sucedido para que se cumplan las escrituras de los Profetas.

Aquella muchedumbre maléfica, instigada por demonios de la envidia, la infamia y la ignorancia, arrestan con tiránica violencia a nuestro bendito mesiánico salvador.

 El sanedrín y Caifás a la cabeza, quienes ostentaban autoridad religiosa en la época, no escatimaron tiempo en juzgarlo y condenarlo.
La noche se unió con el día en el misterio de este terrible trance, un proceso donde Satanás seguramente reía ante el  estado de Jesús sufriendo inmerso  en la dimensión del espacio y tiempo terrenal de los humanos, o quizá impactado de este acto de divina humildad reconocía el poder y el amor  del Supremo Creador en el contexto de su propia creación.
En aquel amanecer de viernes santo, al contemplar las consecuencias de su acto, un fuego altísimo, un relámpago invisible quemando los dedos y conciencia de Judas Iscariote, lo  impulsan irresistiblemente a devolver aquel dinero maldito, que ardía más que en sus manos, en su mente y corazón, la razón de existir en este mundo se le había extinguido con las llamaradas de remordimiento que calcinaban su alma, buscó huir lanzándose a la muerte, las ramas de un árbol y una soga en su cuello, aliadas suyas  fueron.
El pasaje más glorioso y a la vez más doloroso en el universo humano, tenía por supuesto que darse acá en la geografía pequeñísima de nuestra tierra, un recodo, un rincón, una brizna de espacio talvez, pero acontecía allí en Jerusalén;  Nuestro Señor Jesús fue flagelado horriblemente, abofeteado, golpeado, humillado, martirizado, escupido, ensangrentado, burlado, desafiado…y conducido a la muerte.

El santo evangelio de San Juan testimonia:

 “19-17 -Tomaron, pues, a Jesús, y El salió cargando su cruz al sitio llamado el Lugar de la Calavera,
         Que en hebreo se dice Gólgota”
“19-18- donde le crucificaron, y con El a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio.…”

Qué color lucía el cielo de Jerusalén ese día, nubes taciturnas quizá, pinceladas de sol sobre los cúmulos talvez, eran horas de la mañana,  se sabe que la estación invernal acaba en abril, nadie ha dicho nada acerca del tiempo atmosférico  de esas horas, en la madrugada entendemos  hacía mucho frio, porque los soldados habían encendido una hoguera para abrigarse, según lo narra San Juan, al describir la negación de Jesús por parte del apóstol Pedro.
Lo cierto es, que bajo cualquier condición climática, ese día  nuestro señor Jesús cargó la cruz a través de las calles de la ciudad santa hacia el Gólgota, era un trayecto aproximado de un kilometro, el peso del madero se ha estimado en cincuenta kilos, o decir más de cien libras.  Bendito es y será Simón el Cirineo, ese circunstancial  y desconocido transeúnte que participó del vía crucis, se glorificó hombro a hombro con nuestro Señor Jesucristo, ayudándole a llevar la cruz.
Los evangelios apócrifos señalan también a  la Santa Verónica, ella se acerca a Jesús y con un paño limpia su cara sudorosa y ensangrentada, Y he aquí…queda grabado en el pañuelo, el bendito rostro del Señor.

¡Dios Santo!  Que terrible acontecimiento, cuánta crueldad, cuanto horror, cuanta maldad;  lacerado, ensangrentado, destrozado físicamente como estaba nuestro Mesías, debió sentirse morir mil veces de dolor, sufría igual que un mortal común y corriente, sin haber dormido desde la noche anterior, sin fuerzas, sin alimento, su resistencia  excepcional estaba en la convicción de su misión Divina, en la fe profunda de su alma, corazón y mente.

Le seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban por él. (Lucas 23- 27).

Que cuadro tan dramático, sobrecogedor y doloroso tiene que haber sido este episodio, cuantos corazones habrán palpitado adoloridos, angustiados e impotentes, pienso que hasta el cielo hubiese querido llorar lagrimas de sangre.
Aún hoy en día, a los creyentes fervorosos de alma y corazón sensible, estas remembranzas, les arrancan lágrimas de sentimiento, pena y dolor profundo.

 El Tanaj en la voz del profeta Isaías (53- 4) anticipándose con cientos de años refiriéndose a Jesús había expresado:

Ciertamente El llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido.
 Más El fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados

Cuanta tristeza  queridos hermanos, cuánto dolor saber que el hijo del altísimo (Este será grande y será  llamado hijo del altísimo  Lucas 1 -32)  tuvo que padecer todo este ignominioso y horroroso calvario, tres veces cayó nuestro Señor en este viacrucis sendero al Gólgota, ya estaba escrito este misterio  de nuestro actual Santo Rosario.
Parece irónico; ponerse en pie para continuar hacia la muerte, con su cuerpo flagelado y escarnecido, pero apacible y sereno hasta  arribar al sitio de la crucifixión, donde finalmente es colgado, y asegurado al madero con clavos que atravesaron  sus manos y pies, eran aproximadamente las  nueve de la mañana en nuestro actual  horario convencional.
 Entonces ahora sí, la naturaleza se manifestó y expresó su pesar, pues  al medio día, por espacio de tres horas el cielo se obscureció y se tornó lúgubre, llenando el ambiente de un gigantesco misticismo que seguramente estremeció a todos.

(Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.  Mateo 27-45)

Se estima que nuestro señor Jesucristo, padeció esta horrorosa  agonía en la cruz, alrededor de seis  horas.

Entonces Jesús, clamando a gran voz dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto expiró. (Lucas 23.46)

Y en ese mismísimo instante, el mundo entero, entonces se estremeció con gran fuerza, un cataclismo universal, apreciado quien sabe, en dimensiones desconocidas de nuestra concepción mental, pero acá en nuestro espacio-tiempo, la naturaleza y sus seres; fauna y flora, seguramente se sobrecogieron por la acción de aquellas fuerzas y energías que catalizaban ese fenómeno “físico y espiritual” que envolvía al planeta, a causa del holocausto mayor, acaecido en la historia del mundo terrenal, llenándolo todo con una poderosísima aura de Divinidad.

Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; y la tierra tembló y las rocas se partieron. (Mateo 27-51)

 El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron:

Verdaderamente éste era Hijo de Dios. (Mateo 27-54)

  YHVH, Padre amado, Padre celestial, Dios de Abraham y Jacob, hemos sido lavados, sanados y nos hemos vuelto resplandecientes, nuevos y justos a costa de la vida  y sangre de Jesús, vuestro maravilloso plan divino sólo podemos entenderlo mediante el don de la Fe.


“Para mí, es evidente que existimos en un plan que se rige por reglas que fueron creadas, formadas por una inteligencia universal y no por casualidad”.
(Michiu Kaku, co fundador de la Teoría de campo de cuerdas)
“Vemos el universo en la forma que es, porque nosotros existimos”
 (Stephen Hawkins, Principio antrópico)

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