JIPIJAPA
Ciertamente
parece que Dios con su poder infinito bendijo esta tierra y su gente, Podría
decir también que el supremo creador, con mágicas pinceladas y la habilidad del más sabio alfarero, moldeó con amor y dulzura, en ese pequeño y
hermoso valle, justo en las estribaciones de la cordillera de Colonche, ésta bella e incomparable ciudad: Jipijapa.
Realmente tratar
de mirar sus orígenes es como lanzar una
visión retrospectiva escudriñando el
pasado… una mirada que se extiende en la
línea del tiempo quizá hasta el ocaso mismo
del periodo Pre Cerámico y los albores
del periodo Formativo, Una lógica
analítica nos induciría a afirmar que nació con aquellas culturas milenarias que se asentaron
y evolucionaron en el verde azulado
perfil costanero de lo que hoy es Ecuador, en la costa
noroccidental de nuestra América del Sur.
Haciendo
memoria con una inquietante nostalgia, confieso que llegué a Jipijapa Cuando tenía
apenas diez años de edad, era un día domingo brillante y soleado, pero se
sentía una brisa agradable que nos refrescaba.
La algarabía
de su gente se conjugaba en las calles principales, el parque, la plazoleta de la independencia, la iglesia
y el mercado central. Recuerdo que había una intensa fragancia que lo invadía
todo, era tan persistente el aroma que
me producía la sensación de que este olor tenía magia y colores, si,
verdaderamente tenía colores, los colores verdes rojizos del café en grano, del
café recién cosechado, del café, secándose en los patios y veredas de los
comercios locales… Si, era la Pepa de oro como solía decirse, el bendito
café que venía desde Guale, Julcuy, El Retiro,
El Anegado, El Paramo, Las Américas, Agua Pato, Pan y Agua, Los Pocitos, etc., etc.
Aún me parece
tener en mis ojos grabado, las pintorescas imágenes del café en Pepa, café
fresco, húmedo y fragante, regado sobre
el piso y acumulado en montículos, al
granel dentro de camiones, o también en
grandes sacos para el respectivo proceso e intercambio comercial, actividad que
era el principal motor que agitaba la
economía local.
Caramba,
esta visión era realmente todo un paisaje urbano.
Otro aroma
también flotaba en el ambiente , venía de cada espacio de la plazoleta donde estaban típicos personajes del lugar, hombres
sencillos pero nobles, los informales comerciantes que ofrecían al público un exquisito
producto, los tradicionales corviches, preparados en pequeños hornos artesanales
de barro, que eran también parte de la
tradicional cultura familiar en muchos hogares Jipijapenses y sus alrededores.
En la
extensión del mismo parque central existía una pequeña área con juegos
infantiles, allí se distinguían el
inconfundible y clásico carrusel, el sube y baja, la resbaladera y los columpios.
Qué bonito dije en mis adentros, pues este pintoresco lugar, estaba lleno de
niños que rebosantes de júbilo con gran alborozo no cesaban de jugar y expresar
con gritos su alegría.
Más allá, casi
al centro de la ciudad, exactamente a dos cuadras, se puede apreciar que cruza
el rio Jipijapa, en verano es un
descolorido cauce seco, el verlo llena
de nostalgia al recordar el torrente de sus aguas durante la estación
invernal.
Ciertamente
el paisaje de invierno contrasta mucho con el panorama veraniego, con las
primeras lluvias la transición de colores empieza desde el grisáceo hacia el
verde, que puede observarse en los fornidos ceibos que empiezan a cubrirse de
hojas y algodones, la transformación es como un baño colorido que se derrama
sobre la geografía de las elevaciones
aledañas, por un extremo el cerro la Mona, al cual solía subir mediante
una entusiasta caminata, para luego regresar cargado de olorosas ciruelas frescas
( ovos ) y por el otro lado el
enigmático cerro Chocotete, que en realidad es un volcán apagado… Hacer
excursión a esos lugares siendo un muchacho, verdaderamente era un placer,
corretear hasta los pozos de Choconchá o caminar hacia los manantiales
sulfurosos de Joá, era un gran deporte y
pasatiempo, que investía el espíritu y el cuerpo de salud y vida.
¡Caramba!...
verdaderamente un bonito lugar, lindo saber que a treinta minutos ya teníamos el mar, las paradisiacas playas
de Pto. Cayo, en el viaje hacia allá se debe atravesar esa hermosa cadena montañosa del bosque protector
Canta Gallo, donde generalmente se sentía frio, había neblina y en ciertas ocasiones en
algunos lugares del trayecto hasta era posible encontrar granizo, realmente era
un evento natural muy sorprendente. Yo con otros muchachos en alguna ocasión
caminamos desde Jipijapa hasta las playas de Cayo siguiendo el cauce del rio, cuyas
aguas habían labrado un aventurero
sendero, que se configuraba como una línea sinuosa y orográficamente plana pues bordeaba en sus laderas todas la elevaciones, era un
camino que serpenteaba caprichosamente
en el fondo de las montañas entre arbustos
y matas de piñuelas, muyuyos, ovos y gran variedad de vegetación donde
habitaban diversas y preciosas aves , todas en armonía entre sí y
con otras especies terrestres propias de la fauna del lugar.
Durante la
temporada de clases, después del mediodía las calles de Jipijapa se volvían
multicolores, la jornada escolar matutina se conjugaba con la vespertina y los
uniformes de escuelas y colegios contrastaban con sus colores sobre los estudiantes
que se aglomeraban en veredas y portones, unos de entrada y otros de salida:
Escuela García Moreno, Colegio Redemptio, Alejo Lascano, 15 de Octubre,
Inocencio Parrales, Francisca Vera Robles…
¡Ah!, y
como olvidar la Escuela Segundo Pacifico
Acebo, mi querida escuelita de la infancia, recuerdo que funcionaba en una
edificación de caña y barro, si, una escuela bañada de sencillez y humildad, sin
rayar en lo despectivo podría también decir una escuela de palos y lodo señores
míos, pero Dios santo, sus distinguidos y nobles maestros eran de refulgente oro,
¡Cuánto contraste, Cuanta Belleza!
Y qué decir
de sus hombres, de sus mujeres, de su gente en general, gente noble, laboriosa,
esforzada, culta… amable y generosa…mujeres hermosas y hombres aguerridos y
caballerosos.
A veces
reflexionando me pregunto cómo es posible que en cierta forma teniéndolo todo,
no apreciamos ni valoramos lo que nos rodea, la fuerza y la costumbre de
convivir y compartir todos los días
aquellas cosas cargadas de belleza natural, nos limitan la percepción de lo
exquisito y relegamos los tesoros que tenemos
para ir en búsqueda de fantasiosas ilusiones.
Más de
cuarentas años han pasado desde aquel entonces, y después de recorrer y conocer muchos países y pueblos de América y
Europa, Con un criterio de amplitud y una
visión de análisis comparativo, abrí el cofre de recuerdos que cada cual
llevamos en el alma y he levantado de entre las reminiscencias esta evocación de
antaño que hoy aquí comparto.
En algún instante recordando todo esto, quise expresar
algo con sonidos, pero un suspiro me robó las palabras, y en mi corazón un fuerte palpitar jubiloso y
nostálgico exclamaba:
¡Verdaderamente
es lindo Jipijapa!
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