martes, 24 de junio de 2014

          
   Jinsop



Aquel amanecer del 24 de junio del año 2012, el lucero del alba lucía taciturno allá en el firmamento, su destello lejano y misterioso parecía reflejarse sobre la espuma efervescente de las olas juguetonas en las playas de Ayangue.
Parecía ser aquella estrellita solitaria que entre nubes y fulgores plasmaba en realidad la más exitosa canción  de Jinsop… y quizás la única compañía  que él tenía en ese inexorable momento  al presentir que su vida terrenal se  extinguía, tal vez a modo de inexplicable profecía esa canción  decía:

Estrellita solitaria
que me vino a acompañar
cuando triste me moría
en mi amarga soledad…

Sabemos que aquella madrugada, el gran artista Jinsop estaba  en su morada completamente solo… Terriblemente en soledad diría yo,  se enfrentaba y tal vez luchaba con todo el vigor  de su alma contra las fuerzas ineludibles del destino….sí, el ocaso de una vida se acercaba… el lucero del alba allá en el cielo también estaba desapareciendo tras los albores del día…la brisa marinera parecía más fría y el rumor de las olas sonaba como una plegaria que se extendía con sabor a despedida.



Pero él no se ha ido señor mío, él tiene ahora un nuevo brillo con luz propia, cada vez que veamos en el firmamento el fulgor radiante de una estrella sabremos que su voz no se ha apagado y su carismática presencia se materializa y cobra vigencia con cada una de sus bellas melodías.
La tarde de aquel día que  fui a Ayangue, quise  conocer su última morada, un pescador del vecindario dijo; es que nadie realmente  sabía quién era él, solía salir, caminar, conversar, siempre saludaba…solamente fue cuando  esa noticia que estalló como una bomba convulsionó nuestra apacible población …todos decían, es Jinsop; el Famoso, el artista, el Cantante…
La aglomeración de gente empezó a inundar  el vecindario, las canciones de Jinsop empezaron a escucharse en las calles, los hogares, las esquinas, los bares, muchos las tarareaban mientras conmovidos comentaban…y fue recién ahora allí, que supimos  que el gran Jinsop había estado conviviendo  con nosotros,  compartiendo los campos verdes de las montañas que nos rodean, el rumor sublime de las olas de nuestro mar y la brisa marina fresca y vivificante de nuestra paradisiaca Ayangue.
Verdaderamente Jinsop cantaba con una grandiosa tonalidad y estilo, toda una  manifestación de gigantesco artista, sus interpretaciones expresaban dulzura y sentimiento, como si lo hiciera en su propio idioma, eso era realmente magistral, pues había llegado de un lejano país y hablaba una lengua aun extraña para nosotros los latinos.
Los campos verdes, Estrellita solitaria, Dulzura mía, eran las multicolores portadas de discos y revistas en la década de los 70.
Jinsop se culturizó como latino, vivió y sintió como latino, pero más que eso se identificó como Ecuatoriano, quiso ser y se nacionalizo Ecuatoriano…en el ocaso de la vida la naturaleza misteriosa siempre nos enrumba hacia nuestro lugar de origen…esta vez fue diferente, el no busco el lejano oriente, su corazón sintió el magnetismo de esta tierra Ecuatoriana,  Parece que buscó y fue hasta Ayangue, para hacer de sus bellas montañas costaneras “los campos verdes” de su canción, quizá encontrar en el lucero del alba su “Estrellita solitaria” y quién sabe también para cantar junto a la brisa marinera con nostalgia “Dulzura mía”.
Hoy….sólo nos queda escuchar, recordar y cantar:


           Los campos verdes que yo dejé, bellas historias que nunca olvidaré….




domingo, 20 de abril de 2014

JIPIJAPA


Ciertamente parece que Dios con su poder infinito bendijo esta tierra y su gente, Podría decir también que el supremo creador, con mágicas pinceladas  y la habilidad del más sabio alfarero,  moldeó con amor y dulzura, en ese pequeño y hermoso valle, justo en las estribaciones de la cordillera de Colonche, ésta  bella e incomparable ciudad: Jipijapa.
Realmente tratar de mirar sus orígenes  es como lanzar una visión retrospectiva  escudriñando el pasado… una mirada que se extiende  en la línea del tiempo  quizá hasta el ocaso mismo del periodo  Pre Cerámico y los albores del periodo Formativo,  Una lógica analítica nos induciría a afirmar que nació con aquellas  culturas milenarias que  se asentaron  y evolucionaron  en el  verde azulado  perfil  costanero  de lo que hoy es Ecuador, en la costa noroccidental de nuestra América del Sur.
Haciendo memoria con una inquietante nostalgia, confieso que llegué a Jipijapa Cuando tenía apenas diez años de edad, era un día domingo brillante y soleado, pero se sentía una brisa agradable que nos refrescaba.
La algarabía de su gente se conjugaba en las calles principales, el parque,  la plazoleta de la independencia, la iglesia y el mercado central. Recuerdo que había una intensa fragancia que lo invadía todo, era tan persistente el aroma  que me producía la sensación de que este olor tenía magia y colores, si, verdaderamente tenía colores, los colores verdes rojizos del café en grano, del café recién cosechado, del café, secándose en los patios y veredas de los comercios locales… Si, era la Pepa de oro como solía decirse, el bendito café  que venía desde Guale, Julcuy, El Retiro, El Anegado, El Paramo, Las Américas, Agua Pato, Pan y Agua, Los Pocitos, etc., etc.
Aún me parece tener en mis ojos grabado, las pintorescas imágenes del café en Pepa, café fresco,  húmedo y fragante, regado sobre el piso y acumulado en montículos,  al granel dentro  de camiones, o también en grandes sacos para el respectivo proceso e intercambio comercial, actividad que era el principal motor que agitaba  la economía local.
Caramba, esta visión era realmente todo un paisaje urbano.
Otro aroma también flotaba en el ambiente , venía de  cada espacio de la plazoleta  donde estaban típicos personajes del lugar, hombres sencillos pero nobles, los  informales comerciantes  que ofrecían al público un exquisito producto, los tradicionales corviches, preparados en pequeños hornos artesanales de barro, que eran  también parte de la tradicional cultura familiar en muchos hogares Jipijapenses y sus alrededores.
En la extensión del mismo parque central existía una pequeña área con juegos infantiles, allí se distinguían  el inconfundible y clásico carrusel, el sube y baja, la resbaladera y los columpios. Qué bonito dije en mis adentros, pues este pintoresco lugar, estaba lleno de niños que rebosantes de júbilo con gran alborozo no cesaban de jugar y expresar con gritos su alegría.
Más allá, casi al centro de la ciudad, exactamente a dos cuadras, se puede apreciar que cruza el rio Jipijapa, en verano  es un descolorido cauce seco, el verlo  llena de nostalgia  al recordar  el torrente de sus aguas durante la estación invernal.
Ciertamente el paisaje de invierno contrasta mucho con el panorama veraniego, con las primeras lluvias la transición de colores empieza desde el grisáceo hacia el verde, que puede observarse en los fornidos ceibos que empiezan a cubrirse de hojas y algodones, la transformación es como un baño colorido que se derrama sobre la geografía de las elevaciones  aledañas, por un extremo el cerro la Mona, al cual solía subir mediante una entusiasta caminata, para luego regresar cargado de olorosas ciruelas frescas  ( ovos ) y por el otro lado el enigmático cerro Chocotete, que en realidad es un volcán apagado… Hacer excursión a esos lugares siendo un muchacho, verdaderamente era un placer, corretear hasta los pozos de Choconchá o caminar hacia los manantiales sulfurosos  de Joá, era un gran deporte y pasatiempo, que investía el espíritu y el cuerpo de salud y vida.
¡Caramba!... verdaderamente un bonito lugar, lindo saber que a treinta minutos  ya teníamos el mar, las paradisiacas playas de Pto. Cayo, en el viaje hacia allá se debe atravesar esa  hermosa cadena montañosa del bosque protector Canta Gallo, donde generalmente se sentía frio,  había neblina y en ciertas ocasiones en algunos lugares del trayecto  hasta  era posible encontrar granizo, realmente era un evento natural muy sorprendente. Yo con otros muchachos en alguna ocasión caminamos desde Jipijapa hasta las playas de Cayo siguiendo el cauce del rio, cuyas aguas  habían labrado un aventurero sendero,  que se  configuraba  como una  línea sinuosa y orográficamente  plana pues bordeaba  en sus laderas todas la elevaciones, era  un  camino que serpenteaba  caprichosamente en el fondo de las  montañas entre arbustos y matas de piñuelas, muyuyos, ovos y gran variedad de vegetación donde habitaban  diversas  y preciosas aves , todas en armonía entre sí y  con otras especies terrestres  propias de la fauna del  lugar.

Durante la temporada de clases, después del mediodía las calles de Jipijapa se volvían multicolores, la jornada escolar matutina se conjugaba con la vespertina y los uniformes de escuelas y colegios contrastaban con sus colores sobre los estudiantes que se aglomeraban en veredas y portones, unos de entrada y otros de salida: Escuela García Moreno, Colegio Redemptio, Alejo Lascano, 15 de Octubre, Inocencio Parrales, Francisca Vera Robles… 
¡Ah!, y como  olvidar la Escuela Segundo Pacifico Acebo, mi querida escuelita de la infancia, recuerdo que funcionaba en una edificación de caña y barro, si, una escuela bañada de sencillez y humildad, sin rayar en lo despectivo podría también decir una escuela de palos y lodo señores míos, pero Dios santo, sus distinguidos y nobles maestros eran de refulgente oro, ¡Cuánto contraste, Cuanta  Belleza!
Y qué decir de sus hombres, de sus mujeres, de su gente en general, gente noble, laboriosa, esforzada, culta… amable y generosa…mujeres hermosas y hombres aguerridos y caballerosos.
A veces reflexionando me pregunto cómo es posible que en cierta forma teniéndolo todo, no apreciamos ni valoramos lo que nos rodea, la fuerza y la costumbre de convivir y compartir  todos los días aquellas cosas cargadas de belleza natural, nos limitan la percepción de lo exquisito y relegamos los tesoros que tenemos  para ir en búsqueda de fantasiosas ilusiones.
Más de cuarentas años han pasado desde aquel entonces, y después de recorrer y  conocer muchos países y pueblos de América y Europa, Con un criterio de amplitud y una  visión de análisis comparativo, abrí el cofre de recuerdos que cada cual llevamos en el alma y he levantado de entre las reminiscencias esta evocación de antaño que hoy aquí comparto.
En algún  instante recordando todo esto, quise expresar algo con sonidos, pero un suspiro me robó las palabras,  y en mi corazón un fuerte palpitar jubiloso y nostálgico exclamaba:

¡Verdaderamente es lindo Jipijapa!