“En el principio creo Dios los cielos y la
tierra”
(Génesis 1)
Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos de
arriba abajo; y la tierra tembló y las rocas se partieron. (Mateo 27-51)
Aquel día hace casi dos mil años, el sol ya
había dejado de brillar sobre Jerusalén, la noche caía sobre el Monte de los Olivos, el huerto de
Getsemaní seguramente quedaba sumergido en tenebrosas penumbras, la vegetación
del jardín quizá se marchitaba por el indescriptible ambiente producido por aquel
misterio divino que estaba por acontecer.
Aquella noche de profecía, se iniciaba el
holocausto que redimiría a la humanidad del pecado original, nuestro Señor
Jesús, se ofrecía como el Cordero de Dios.
(He aquí
el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo. Juan 1-29)
Treinta piezas de plata recibía Judas
Iscariote, sus ojos traicioneros brillaban de vano regocijo, al sentir las
monedas entre sus manos, no sabía que
esos brillantes metales al siguiente día pondrían un terrible infierno en su alma.
Judas, guiando presuroso a los soldados
enviados por los sumos sacerdotes, se acerca a Jesús, y con un beso falaz cumple su trato con ellos.
De acuerdo a los santos evangelios, nuestro
Señor sabía de estos acontecimientos que sobrevendrían sobre si, y expresó a uno de sus discípulos cuando se aprestó a defenderlo:
Vuelve tu espada a su sitio, ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado
el Padre?
Y
dijo también a sus captores:
Como
contra un salteador habéis salido con espadas y palos, estando yo todos los días en el templo con vosotros, no me pusisteis las
manos encima; pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.
Todo
esto ha sucedido para que se cumplan las escrituras de los Profetas.
Aquella
muchedumbre maléfica, instigada por demonios de la envidia, la infamia y la
ignorancia, arrestan con tiránica violencia a nuestro bendito mesiánico salvador.
El sanedrín y Caifás a la cabeza, quienes
ostentaban autoridad religiosa en la época, no escatimaron tiempo en juzgarlo y
condenarlo.
La
noche se unió con el día en el misterio de este terrible trance, un proceso
donde Satanás seguramente reía ante el
estado de Jesús sufriendo inmerso en la dimensión del espacio y tiempo terrenal
de los humanos, o quizá impactado de este acto de divina humildad reconocía el poder
y el amor del Supremo Creador en el
contexto de su propia creación.
En
aquel amanecer de viernes santo, al contemplar las consecuencias de su acto, un
fuego altísimo, un relámpago invisible quemando los dedos y conciencia de Judas
Iscariote, lo impulsan irresistiblemente
a devolver aquel dinero maldito, que ardía más que en sus manos, en su mente y
corazón, la razón de existir en este mundo se le había extinguido con las llamaradas
de remordimiento que calcinaban su alma, buscó huir lanzándose a la muerte, las
ramas de un árbol y una soga en su cuello, aliadas suyas fueron.
El
pasaje más glorioso y a la vez más doloroso en el universo humano, tenía por
supuesto que darse acá en la geografía pequeñísima de nuestra tierra, un
recodo, un rincón, una brizna de espacio talvez, pero acontecía allí en
Jerusalén; Nuestro Señor Jesús fue
flagelado horriblemente, abofeteado, golpeado, humillado, martirizado,
escupido, ensangrentado, burlado, desafiado…y conducido a la muerte.
El santo evangelio de San Juan testimonia:
“19-17 -Tomaron, pues, a Jesús, y El salió
cargando su cruz al sitio llamado
el Lugar de la Calavera,
Que en hebreo se dice Gólgota”
“19-18- donde le crucificaron, y con El a otros dos, uno a cada lado y
Jesús en medio.…”
Qué color lucía
el cielo de Jerusalén ese día, nubes taciturnas quizá, pinceladas de sol sobre
los cúmulos talvez, eran horas de la mañana,
se sabe que la estación invernal acaba en abril, nadie ha dicho nada
acerca del tiempo atmosférico de esas
horas, en la madrugada entendemos hacía
mucho frio, porque los soldados habían encendido una hoguera para abrigarse,
según lo narra San Juan, al describir la negación de Jesús por parte del
apóstol Pedro.
Lo cierto es, que
bajo cualquier condición climática, ese día nuestro señor Jesús cargó la cruz a través de
las calles de la ciudad santa hacia el Gólgota, era un trayecto aproximado de
un kilometro, el peso del madero se ha estimado en cincuenta kilos, o decir más
de cien libras. Bendito es y será Simón
el Cirineo, ese circunstancial y
desconocido transeúnte que participó del vía crucis, se glorificó hombro a
hombro con nuestro Señor Jesucristo, ayudándole a llevar la cruz.
Los evangelios
apócrifos señalan también a la Santa
Verónica, ella se acerca a Jesús y con un paño limpia su cara sudorosa y
ensangrentada, Y he aquí…queda grabado en el pañuelo, el bendito rostro del
Señor.
¡Dios Santo! Que terrible acontecimiento, cuánta crueldad, cuanto
horror, cuanta maldad; lacerado,
ensangrentado, destrozado físicamente como estaba nuestro Mesías, debió
sentirse morir mil veces de dolor, sufría igual que un mortal común y
corriente, sin haber dormido desde la noche anterior, sin fuerzas, sin
alimento, su resistencia excepcional
estaba en la convicción de su misión Divina, en la fe profunda de su alma,
corazón y mente.
Le seguía una
gran multitud del pueblo y de mujeres, que lloraban y se lamentaban por él.
(Lucas 23- 27).
Que cuadro tan
dramático, sobrecogedor y doloroso tiene que haber sido este episodio, cuantos
corazones habrán palpitado adoloridos, angustiados e impotentes, pienso que
hasta el cielo hubiese querido llorar lagrimas de sangre.
Aún hoy en día, a
los creyentes fervorosos de alma y corazón sensible, estas remembranzas, les arrancan
lágrimas de sentimiento, pena y dolor profundo.
El Tanaj en la voz del profeta Isaías (53- 4)
anticipándose con cientos de años refiriéndose a Jesús había expresado:
“Ciertamente El llevó nuestras enfermedades, y cargó con
nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios
y afligido.
Más El fue
herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El
castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados “
Cuanta
tristeza queridos hermanos, cuánto dolor
saber que el hijo del altísimo (Este será grande y será llamado hijo del altísimo Lucas 1 -32)
tuvo que padecer todo este ignominioso y horroroso calvario, tres veces
cayó nuestro Señor en este viacrucis sendero al Gólgota, ya estaba escrito este
misterio de nuestro actual Santo
Rosario.
Parece
irónico; ponerse en pie para continuar hacia la muerte, con su cuerpo flagelado
y escarnecido, pero apacible y sereno hasta arribar al sitio de la crucifixión, donde
finalmente es colgado, y asegurado al madero con clavos que atravesaron sus manos y pies, eran aproximadamente las nueve de la mañana en nuestro actual horario convencional.
Entonces ahora sí, la naturaleza se manifestó
y expresó su pesar, pues al medio día,
por espacio de tres horas el cielo se obscureció y se tornó lúgubre, llenando el
ambiente de un gigantesco misticismo que seguramente estremeció a todos.
(Y
desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Mateo 27-45)
Se
estima que nuestro señor Jesucristo, padeció esta horrorosa agonía en la cruz, alrededor de seis horas.
Entonces
Jesús, clamando a gran voz dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y
habiendo dicho esto expiró. (Lucas 23.46)
Y
en ese mismísimo instante, el mundo entero, entonces se estremeció con gran
fuerza, un cataclismo universal, apreciado quien sabe, en dimensiones
desconocidas de nuestra concepción mental, pero acá en nuestro espacio-tiempo, la
naturaleza y sus seres; fauna y flora, seguramente se sobrecogieron por la
acción de aquellas fuerzas y energías que catalizaban ese fenómeno “físico y
espiritual” que envolvía al planeta, a causa del holocausto mayor, acaecido en
la historia del mundo terrenal, llenándolo todo con una poderosísima aura de Divinidad.
Y
he aquí, el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; y la tierra tembló
y las rocas se partieron. (Mateo 27-51)
El centurión, y los que estaban con él
guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas,
temieron en gran manera, y dijeron:
Verdaderamente
éste era Hijo de Dios. (Mateo 27-54)
YHVH, Padre amado, Padre
celestial, Dios de Abraham y Jacob, hemos sido lavados, sanados y nos hemos
vuelto resplandecientes, nuevos y justos a costa de la vida y sangre de Jesús, vuestro maravilloso plan
divino sólo podemos entenderlo mediante el don de la Fe.
“Para mí,
es evidente que existimos en un plan que se rige por reglas que fueron creadas,
formadas por una inteligencia universal y no por casualidad”.
(Michiu Kaku, co fundador de la Teoría de campo de cuerdas)
“Vemos el
universo en la forma que es, porque nosotros existimos”
(Stephen Hawkins, Principio antrópico)